Azura
—Respira, Azura… solo respira… —me repetía Mari mientras ajustaba la cinta plateada en mi cintura, pero mi cuerpo no la obedecía.
El aire parecía denso, cargado. Mis pensamientos iban y venían como un torbellino en mi cabeza, pero lo más extraño… lo más inquietante era ese calor. No un simple bochorno, no. Era un fuego que se encendía desde mi pecho y se expandía lentamente hacia cada rincón de mi piel.
—¿Mari...? —susurré, con la voz apenas audible—. ¿Hace calor aquí, o soy yo?
Ella me miró. Sus ojos se entrecerraron un segundo, pero luego sonrió con dulzura.
—Tu loba está empezando a despertar del todo, ¿verdad?
Tragué saliva y asentí, aunque en realidad… eso no explicaba la intensidad que sentía. Como si algo dentro de mí se removiera con una necesidad salvaje que no sabía cómo controlar. Cerré los ojos.
—Rosaly...
Su voz me respondió al instante, suave y vibrante, como una caricia mental.
—Ya era hora de que lo sintieras, Azura...
—¿Sentir qué? ¿Qué me está pasando?
Hubo un