La mañana de la feria amaneció con un cielo despejado y una brisa fresca que parecía augurar un buen día. Clara se despertó temprano, con el corazón acelerado y la mente dando vueltas entre discursos, fragmentos del libro, preguntas posibles y gestos que debía recordar. Todo estaba listo, al menos en papel. Pero dentro de ella, una corriente de nerviosismo seguía latente.
Lucas la observaba desde la cocina, mientras preparaba café.
—¿Estás nerviosa? —preguntó con suavidad, mientras colocaba las tazas sobre la mesa.
Clara asintió, tamborileando los dedos sobre el mantel, sin poder evitar sonreír.
—Un poco, sí. Pero también estoy emocionada. Es un paso importante y… quiero hacerlo bien.
—Lo harás —aseguró él, sentándose a su lado con una sonrisa cálida—. Solo sé tú misma. Tu trabajo habla por sí solo, Clara. Y tú también.
Esas palabras, simples pero sinceras, lograron calmar una parte de la tormenta interna que la acompañaba. Después del desayuno, se arregló con cuidado. Eligió el conju