Tres semanas después de despertar del coma.
Damian aún permanecía recostado en la cama del hospital, aunque su condición había mejorado mucho. Las heridas graves en su cuerpo sanaban poco a poco, aunque las marcas de las garras de Sebastian seguían claramente visibles en su espalda y pecho. Los médicos las llamaban “huellas de guerra”, cicatrices que quizás nunca desaparecerían, pero que se habían convertido en prueba de su sacrificio.
Aurora acudía casi todos los días, cuidando de Leon y visitando a Damian al mismo tiempo. Siempre llevaba consigo documentos de negocios para leer en la sala de espera, pero su corazón nunca se alejaba de la cama de aquel hombre. Aunque no lo dijera en voz alta, su presencia era la fuerza silenciosa que Damian sentía cada día.
Leon, en cambio, siempre entraba al cuarto de su padre con alegría. Casi todos los días traía un nuevo dibujo: de la familia, de dinosaurios, incluso de un enorme lobo blanco al que llamaba “Papá en su verdadera forma.” Damian sie