"Sí, te daré una oportunidad para arreglarlo todo", dijo Aurora, con una mirada cargada de desconfianza.
"¿De verdad?" preguntó Damian, abrazándola con fuerza.
La noticia se propagó rápido. Para los de afuera, era una reconciliación. Para los ancianos de la manada, un milagro: el Alpha y su Luna volvían a unirse, trayendo al heredero legítimo. Todos celebraron, los inversores aplaudieron, las acciones de White Airlines subieron en los titulares matutinos.
¿Pero para Aurora? Era su venganza.
Una tarde, en la villa junto al lago de Damian, Aurora estaba sentada en la sala de estar. Leon jugaba con bloques de madera en la alfombra, mirando de reojo a su padre que, en la cocina, preparaba cuidadosamente una taza de té de jazmín para Aurora.
—Aurora, pedí al chef que prepare la cena. ¿Quieres salmón a la plancha? ¿O prefieres pasta? —preguntó Damian, casi temeroso de equivocarse.
Aurora lo miró desde el sofá, con una sonrisa apenas dibujada en los labios. —Lo que tú quieras, Damian.
Damian se quedó helado. —¿Yo? Yo solo quiero que estés bien.
Aurora se levantó despacio, se acercó a él y con sus dedos fríos arregló el cuello de su camisa. Le susurró al oído, tan cerca que casi mordió su lóbulo.
—Si de verdad quieres que esté bien, asegúrate de que todos sepan que solo me perteneces a mí, para siempre.
—Lo juro, Aurora. Voy a reparar cada error. Te quiero aquí, conmigo, hasta el final —dijo Damian.
Aurora tomó su barbilla, acercó su rostro. —No volverás a desecharme, ¿verdad?
Damian rodeó su cintura y la apretó contra su pecho. —¡No! Nunca más. Me arrepiento, Aurora. Por la diosa Luna, me arrepiento.
Aurora rozó sus labios contra la frente de Damian. Desde el rincón, Leon los observaba en silencio, ajeno a la tormenta que se tejía en la mente de su madre.
—¿Sabes? —susurró Damian, con voz temblorosa—. Antes temía perder mi trono. Temía que la manada me viera como un Alpha débil por amar tanto. Qué idiota fui... Te perdí, mi única Luna verdadera.
Aurora alzó la vista al techo, dejando escapar una sonrisa helada. —¿Y ahora?
Damian besó su hombro. —Ahora sé que este trono no vale nada sin ti. Eres mi Luna. La única.
Aurora giró su cuerpo, lo miró a los ojos, acarició su rostro, rozando una vieja cicatriz en su mandíbula.
—¿De verdad me quieres a tu lado para siempre, Damian?
Damian asintió de inmediato. —Sí. Para siempre.
Aurora rozó sus labios con los de Damian, un beso lento que escondía un filo de veneno. Tras separarse, le susurró:
—Ya organicé la reunión con los ancianos. Quiero proclamar a Leon como heredero legítimo. Repetiremos el ritual de la manada. La mordida de Selena será anulada en el altar.
—Claro que sí. Lo repetiremos todo desde el inicio —dijo Damian, estrechándola contra su pecho—. Lo prometo, Luna mía. Serás la Luna de esta manada. Nadie volverá a menospreciarte.
Aurora apoyó la barbilla en su hombro, mirando su reflejo en el ventanal.
¿Luna? Sí. Pero una Luna no necesita un Rey débil.
Esa noche, Aurora estaba sentada en el despacho que antes fue de Damian. Frente a ella, Lionel aparecía en la pantalla de una videollamada.
—¿Y bien, señora? ¿Está segura? —preguntó Lionel, tan fiel como hace cuatro años.
Aurora escribió rápido, envió archivos confidenciales: la lista de cuentas secretas de Damian, deudas escondidas, escándalos enterrados en el extranjero. Todo lo tenía ella. Todo saldría a la luz, poco a poco.
—Damian vuelve a confiar en mí. Es cuestión de tiempo —dijo Aurora.
Se miró en el reflejo de la pantalla, la sombra de su propia sonrisa.
—Prepáralo todo, Lionel. Voy a derribar a Damian White de su trono eterno y cuando se arrodille, recordará quién es la Luna que abandonó bajo la Luna llena.
En la habitación contigua, Damian dormía profundo, un brazo extendido hacia el lado vacío de la cama. Aurora se acercó, miró el rostro de quien fue su amor... y ahora era su presa.
Tomó su cepillo de plata, peinó su cabello lentamente. Observó su reflejo, y más allá del espejo, la figura indefensa de Damian.
—Damian White. Alpha orgulloso... Creíste que volvería para adorarte. Qué necio. No sabes que esta Luna que mantienes a tu lado ahora es puro veneno. Mi alma ya es de Reina. Y una Reina no necesita Rey. Mucho menos un Rey ciego que cambió su mordida sagrada por una cualquiera.
Abrió un cajón, encendió su portátil. En la pantalla brillaron los borradores: nombres de los leales a Damian, transferencias, pruebas listas como huesos afilados para lanzarlos a una jauría hambrienta.
—Mañana, esta carta de amor volará a cada anciano de la manada. ¿Crees que la manada será leal a un Alpha arruinado? No, Damian. Leon tendrá su propio trono. No heredará el tuyo. Te derribaré poco a poco, ala por ala, nombre por nombre... hasta que te arrodilles ante mí, suplicando perdón.
Un suave crujido. —¿Mami?
Leon, con su pijama grande, apareció en la puerta. Aurora cerró rápido el portátil, su sonrisa domesticando la fiera dentro de ella.
—¿Por qué te levantaste, mi amor?
Leon caminó hacia ella, la abrazó por la cintura. —¿Mami, hablabas sola otra vez?
Aurora acarició su cabello.
—Mami solo piensa en nuestro futuro, mi amor. En que siempre estés a salvo y seas fuerte.
—¿Papá también es fuerte, verdad?
—Papá es fuerte. Pero mamá es más fuerte.
Leon ladeó la cabeza, sonriente. —¿Mami es la Reina Loba?
Aurora sonrió, rozó su nariz con la de él. —No. Mami es la Luna que hace que todos los lobos se arrodillen. Ahora ve a dormir. Ya es tarde.
—Okay, Mami. Buenas noches.
Cuando Leon volvió a su cama, Aurora salió al balcón de la villa. A lo lejos, las luces de las casas de los leales de Damian titilaban como luciérnagas. En sus ojos, la imagen de Damian se borraba... y solo quedaba Leon. Su heredero no gobernaría bajo el apellido White. Tendría su propio trono. Uno donde ningún Alpha ciego volvería a traicionar a su Luna.
Apoyó la mano en su pecho, sintiendo su corazón lento, firme.
—He vuelto a tu guarida, Damian. Pero esta vez, tu Luna trae veneno.
La puerta del cuarto se abrió. Damian, medio dormido, murmuró desde la cama.
—Aurora... ¿no vienes a dormir?
—En un momento. Duerme tú primero, amor. Mañana tenemos muchos sueños que cumplir, Damian.
Damian se acercó, la abrazó por la espalda.
Aurora cerró los ojos y murmuró:
—Alpha tonto... ya caíste en mi trampa.