Damian miró fijamente el sendero que conducía al bosque.
—Llévame de vuelta al hospital —dijo a su chófer sin mirar a Leon—. Y llama de inmediato al Dr. Hansel. No dejes que nadie, salvo el equipo médico, entre en la habitación de Clara sin que yo lo sepa.
En el coche, Leon permanecía inmóvil, las palmas de sus manos todavía enrojecidas por apretar el muñeco de lobo que ahora se había ennegrecido por un lado. La culpa se le pegaba como una mancha imposible de borrar. Miró a su padre, buscando un resquicio que le convenciera de que éste sabía cómo salir de esta pesadilla.
Damian desvió la mirada un instante. —No te culpes solo a ti, pero tienes que prometerme que me contarás todo. Nada debe permanecer oculto.
—Te lo contaré todo, papá —respondió él.
Al llegar al hospital, Damian dio instrucciones de inmediato: medicamentos, un neurólogo especialista, equipos de monitorización adicionales. Ordenó a las enfermeras que cerraran las cortinas, que reorganizaran los turnos y que se asegurara