La alegría llenó mi corazón de inmediato y me apresuré a mostrarle el último mensaje a mi hija:
—Lilia, ¡mira! Papá se acordó.
La cabeza de Lilia se levantó de golpe, y su rostro se iluminó con una sonrisa radiante:
—¡Seguro papá preparó muchos regalos para mí! ¡Mami, vamos rápido!
Después de recibir la respuesta afirmativa de Esteban, Lilia habló emocionada durante todo el camino. No paraba de adivinar qué regalos le habría preparado su padre.
Pero, al llegar a la casa de la manada, las rosas que decoraban cada rincón hicieron que se me hundiera el corazón.
No eran decoraciones para una fiesta de cumpleaños infantil.
Sin embargo, Lilia no lo notó, y, tirando de mi mano con entusiasmo, corrió hacia el interior.
No tuve más remedio que seguirla, con una creciente ansiedad en el pecho.
«Esteban, por favor, no hagas algo que no puedas deshacer.»
En el salón de banquetes, los ojos de Lilia brillaron al ver a Esteban de pie junto a un pastel.
Corrió hacia él llena de alegría, gritando:
—¡Papá!
Esteban la miró sorprendido, con las pupilas contraídas, y, en shock, preguntó:
—¿Qué haces aquí?
El tono de sorpresa en su voz confirmó mis sospechas. Una terrible premonición se formó en mi mente.
Detrás de nosotros, algunos miembros de la manada comenzaron a murmurar:
—¿No era hoy la fiesta de compromiso de Esteban y Victoria? ¿Qué hace esa niña llamándolo «papá»?
—¿Alguna vez tuvo ceremonia de apareamiento el Segundo Alfa?
—¿Será su hija ilegítima?
El rostro de Esteban palideció y, rápidamente, empujó a Lilia con brusquedad:
—¿Qué dijiste?
La niña tropezó hacia atrás y cayó al suelo.
Estuvo a punto de llorar, pero se quedó inmóvil un buen rato antes de murmurar con timidez:
—Tío Esteban...
Después de un momento, miró el pastel en el centro del salón y volvió a sonreír.
—Tío, ¿viniste por mi cumpleaños? ¡Puedo cortar el pastel contigo! —preguntó.
Mi hija había esperado esta celebración con ilusión durante días. En su corazón, mientras pudiera festejar con Esteban, no importaba tener que llamarlo «tío».
Pero unas manos delicadas sujetaron la mano de Esteban, la misma que sostenía el cuchillo para cortar el pastel.
—Eso no es posible. Una celebración así no está hecha para huérfanas de guerreros caídos en batalla. ¿Verdad, Esteban?
La rabia se apoderó de mí.
Todo estaba claro.
Ese mensaje no lo había enviado Esteban. Fue Victoria. Su propósito era dejar claro públicamente que Lilia no era miembro directo de la manada, abriendo así el camino para su futuro hijo.
—¿Esteban, es cierto eso? —pregunté con voz firme, colocando a mi hija detrás de mí, protegiéndola.
Esteban se quedó paralizado por un momento, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, destellaron de culpa.
Con todos los presentes observándolo, dijo:
—Es hija de un guerrero de la manada.
Victoria, de pie detrás de él, sonrió con satisfacción, como gallo de pelea que acababa de ganar.
Los murmullos a nuestro alrededor aumentaron:
—Qué descaro, venir a armar escándalo en un día de alegría.
—¡Tal cual! Esa gente sin origen no entiende lo que es la etiqueta.
En medio de esos comentarios crueles, el rostro de Lilia se puso pálido, y sus ojos se enrojecieron.
Mi furia alcanzó un nivel jamás sentido.
Avancé con pasos firmes y volqué de un golpe el pastel, el cual era tan alto como una persona:
—¿Un día alegre, dicen? ¡Entonces déjenme hacerlo aún más festivo y emocionante para todos!