Casi me reí hasta quedarme sin aliento.
Cuando volví a erguirme, mi rostro se volvió inexpresivo y mi mirada tan fría como el invierno.
—Esteban Monteverde, me das un asco profundo.
El hombre se quedó paralizado, con los ojos llenos de incredulidad. —¿Qué… qué dijiste?
—Dije que me das asco, Esteban Monteverde.
Esteban se enfureció de la vergüenza y avanzó hacia mí con agresividad, pero los brazos firmes de mis hermanas lo empujaron hacia atrás sin esfuerzo.
—Ya te pedí perdón. ¿Qué más quieres de mí? —Soltó, irritado.
—Ibas a decir que solía…
No terminó la frase, pero yo entendí perfectamente a qué se refería.
Salí del círculo protector de mis hermanas y le di una bofetada con toda mi fuerza.
Su rostro mostró una vez más esa expresión de asombro incrédulo.
Reí con frialdad:
—¿Iba a qué? ¿Amarte tanto? ¿Perdonarte cualquier cosa?
—Sí, alguna vez te amé profundamente. Lo suficiente como para dejar la Manada Luna Plateada y marcharme a Sombra Lunar.
—Incluso seguí amándote mientras veía