Las manos de Gavin Clarke temblaban sin control mientras sus dedos rozaban el emblema de plata en relieve del acuerdo de disolución. El peso del documento se sentía como una condena definitiva, dictada por la misma Diosa de la Luna.
Vivian le puso una mano de uñas perfectas sobre el hombro.
—No es más que un berrinche de esa lobita. Dale tiempo, ya verás que regresa rogando.
—¡Es mi Luna!
El rugido le brotó del pecho, un gruñido de Alfa herido. En un instante, apartó a Vivian de un empujón, derribando con la fuerza un jarrón de obsidiana grabado con el emblema de la manada Clarke. El objeto se hizo añicos y los fragmentos quedaron esparcidos como esquirlas brillantes.
El aire de la noche lo golpeó al salir furioso. Sin pensarlo dos veces, se metió en su roadster negro Lupus-Engine y arrancó a toda velocidad, forzando el rugido del motor al límite mientras se dirigía a toda prisa hacia la universidad en el territorio de Rebecca.
Pero al llegar, una terrible certeza le revolvió el estóma