De vuelta en casa, miraba el correo del profesor sin abrir. La confesión de mi embarazo flotaba entre nosotros en un silencio digital y me sudaban las manos. Aunque un rechazo me decepcionaría, esto no se trataba de mi carrera contra mi cachorro. Si tuviera que elegir, lo escogería a él sin dudarlo.
El mensaje cargó. Las lágrimas me nublaron la vista, pero no eran de tristeza, sino de alivio. El profesor había conseguido nutriólogos prenatales, adaptado los horarios del laboratorio a mis citas médicas e insistido en que mi estación de trabajo tuviera sillas ergonómicas. "Tu mente sigue siendo nuestra prioridad", escribió. "Esperamos contar con tu genialidad en cuanto estés lista".
Empecé a empacar mientras la luz del sol bañaba los boletos de avión a Zúrich sobre el escritorio. El Certificado de Disolución del Vínculo de Pareja se fue por mensajería; llegaría en tres días.
Que esta separación legal le diera a Gavin la libertad de reclamar a Vivian formalmente. El papeleo para el certificado de ellos como compañeros podría empezar en cuanto mi avión despegara.
***
En la zona para dejar pasajeros del aeropuerto, los nervios se me retorcían en el estómago como un ladrón huyendo de la escena del crimen. El anuncio del altavoz resonó mientras arrastraba mi maleta. De pronto, me quedé helada.
—Nos esperan en la sala VIP 4.
La voz empalagosa de Vivian cortó el murmullo de la terminal. Se me tensó la espalda a mitad de un paso. A treinta metros de la puerta de embarque que significaba mi libertad, me escondí detrás de mi bolso como si fuera un escudo.
Aparecieron entre la gente como una pareja de revista, su traje negro hecho a la medida rozando el hombro del uniforme de ella.
Desde mi ángulo, sus siluetas a juego parecían sacadas del folleto de un cuento de hadas corporativo. Aunque sabía la verdad, aún me dolía hasta el alma, donde mi determinación se desmoronaba.
En cuanto se cerraron las puertas del elevador, me desvié hacia el pasillo opuesto, a la puerta 22. Sin despedidas, sin mirar atrás.
Una asistente alegre que el profesor Li había enviado, con rizos rubios y tenis de color neón, apareció como me habían dicho.
—¡Rebecca!
Puso mi maleta en el carrito antes de que pudiera decir algo.
—¡En serio que lo tienes todo!
La asistente jugaba con el cordón de su gafete del aeropuerto.
—Una mente brillante, una investigación revolucionaria y pareces modelo. ¡Las revistas de ciencia deberían ponerte en la portada!
Sacó una hielera de color pastel llena de limonada, trozos de mango y gajos de naranja.
—Es para las náuseas por la altitud. ¡Mi hermana no dejaba de tomar esto en su segundo trimestre!
Le agradecí con una sonrisa cansada. Cuando los motores rugieron, imaginé que un cordón umbilical se rompía entre la ciudad y yo.
***
Mil metros abajo, en la sala VIP, la pluma de Gavin se detuvo a media firma. Apretó la pluma con fuerza mientras las luces lejanas del avión desaparecían entre las nubes.
En algún lugar de su corazón, sintió un dolor fantasma, donde antes sentía la calidez de mi amor.