Capítulo 3
El Director Alfa del Instituto Suizo me había enviado tres comunicados oficiales en el último mes, cada uno sellado con el escudo plateado en relieve de su centro de investigación. Me invitaba a unirme a su equipo de Genética Lunar antes de la primera helada del otoño.

Según sus palabras, yo era "una erudita nacida Omega, un espécimen raro con un instinto para el descubrimiento; alguien que podría lograr un avance digno del favor de la Diosa de la Luna".

Antes de que la duda o la sombra de Gavin pudieran hacerme cambiar de decisión, le había respondido con una sola palabra: Acepto.

La investigación en Suiza duraría diez años. Diez años lejos de él y su adorada Vivian. Ese era mi plan.

Pero el recuerdo de anoche me carcomía como un lobo inquieto en una jaula. Había intentado iniciar algo con Gavin, un último lazo que cortar, un último recuerdo antes de huir. En lugar de eso, él había pasado la noche bajo la luna de sangre con Vivian, sin duda haciendo algo romántico en la arboleda iluminada por la luna donde las parejas iban a renovar sus votos.

La mayoría de mis cosas seguían en mi habitación de la casa de la manada del campus. Solo necesitaba una maleta con ropa. El único objeto personal que valía la pena llevar era el alhajero tocado por la luna, hecho de madera lunar y forrado con terciopelo de hilos de plata, que guardaba nuestras fotografías.

Nos habíamos tomado fotos cada año desde que éramos cachorros. En ellas, yo sonreía tan abierta como un girasol buscando el sol; él permanecía rígido, como tallado en piedra, con su mente ya en otra cacería, probablemente persiguiendo tratos de negocios… o a Vivian.

Dejé caer el alhajero sobre la pila de desechos de la manada. El olor metálico a herramientas oxidadas y pelaje viejo se le impregnó. Ni un perro callejero hambriento se acercaría a olisquearlo.

Las siguientes dos semanas se convirtieron en un borrón de largas horas en el laboratorio, con el aroma penetrante de los instrumentos de plata y las hierbas de raíz de luna trituradas. Apenas pensé en Gavin, hasta que su voz, profunda e imponente como el llamado de un Alfa, interrumpió mi turno de investigación del viernes.

—Estoy afuera de la academia.

Miré hacia la calle y vi su Mercedes color obsidiana, brillando bajo el pálido sol de la tarde. Me deslicé en el asiento del copiloto y mantuve un tono de voz neutro.

—¿Qué pasa?

—No has regresado a casa.

Sus ojos ámbar no se apartaron del camino.

—He estado ocupada en el laboratorio.

—Bueno.

Sus dedos golpeteaban el volante como garras sobre madera.

—Vivian cree que la estás evitando. Piensa mudarse el próximo mes, dice que la situación ya es incómoda.

Bostecé, dejando que la indiferencia de mi loba se filtrara en mi tono.

—Dile que no se preocupe. No me importa.

Por un instante, la sorpresa brilló en su mirada, como si hubiera esperado un quejido en lugar de un gruñido. Abrió la boca, quizá para decirme "madura", pero la cerró al ver que yo cerraba los ojos.

Fingí estar dormida para evitar la conversación, aunque el agotamiento era real. Por primera vez en años, mis sueños no giraron en torno a él.

Diez días para irme a Suiza.

***

En el pequeño mercado cerca de la academia, sostenía una bolsa de manzanitas secas, una de las pocas cosas que no me revolvían el estómago últimamente. Llevaba semanas de retraso.

El diagnóstico de la sanadora llegó con una cálida sonrisa.

—Trece semanas. Tú y tu cachorro están muy bien.

Casi me reí. Trece semanas. Eso significaba que había ocurrido la última vez que Gavin y yo nos enredamos bajo la luna creciente, justo antes de que Vivian regresara arrastrándose a su vida.

Me temblaban las manos mientras buscaba mi celular. Apenas en mis veintes, la idea de criar a un cachorro sola hizo que mi loba retrocediera…

Entonces lo escuché. El tono de llamada inconfundible de Gavin, proveniente del pasillo.

Él estaba allí. Su abrigo negro cubría los hombros de Vivian, y el aroma de ella lo envolvía por completo. Le susurró algo que le arrancó una de sus raras sonrisas.

Colgué al instante y me deslicé hacia las escaleras. A través de la puerta entreabierta, escuché la voz de la sanadora.

—… nada de esfuerzos pesados. Y nada de aparearse por dos lunas.

Vivian estaba embarazada.

—Yo la cuidaré.

Respondió Gavin con voz baja y protectora; un tono que jamás había usado conmigo.

La loba en mi pecho aulló. Salí de las escaleras tan rápido que choqué con una enfermera que llevaba expedientes. El sonido seco de los papeles al caer hizo que todos se giraran.

Gavin salió cuando me arrodillaba para recoger el desastre. Sus fosas nasales se dilataron al captar mi olor. Arrugó la frente.

—¿Rebecca? ¿Qué haces aquí?

—Solo… un problema estomacal.

Metí rápidamente el informe de mi ultrasonido en el bolsillo antes de que sus agudos ojos pudieran verlo. Vivian apareció, sosteniendo su propio ultrasonido como si fuera un trofeo.

—Gavin dice que no te alimentas bien. Deberíamos llevarte un poco de té de raíz de luna.

Ignoré su falsa preocupación, mi mirada se clavó en la imagen borrosa de su cachorro. Gavin palideció.

—Espera…

—Gavin.

La voz de Vivian se afiló como una garra.

—Recuerda nuestra promesa.

Él se quedó inmóvil, y la determinación del Alfa se desvaneció mientras las palabras de ella lo envolvían como cadenas de plata.

Me di la vuelta antes de que mis ojos pudieran delatarme. A mis espaldas, sus pasos vacilaron…

—¡Gavin!

El tono de Vivian se volvió cortante.

—Me diste tu palabra.

Las puertas del elevador se cerraron, dejándome con la imagen de mi Alfa atrapado entre las dos, con su mirada fija en la mía, dominado por algo peligrosamente parecido al arrepentimiento.

Afuera, el viento calaba hasta los huesos, tan afilado como el colmillo del invierno. La carta de aceptación de mi investigación yacía enterrada en mi bolso; alguna vez fue un boleto a la libertad.

¿Y ahora? Un cachorro. Y no el único de su linaje. La calle se extendía ante mí, tan interminable como las mentiras en su boca.

Por primera vez en mi vida, mi loba interior no sabía hacia dónde correr.
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