Subtítulo:
“No solo se unieron los cuerpos… se entrelazaron los destinos.”
Kael la observó en silencio. Ariadna estaba sentada frente al fuego, envuelta en una manta, con el cabello aún húmedo por el baño de hierbas. La habían trasladado a su habitación después del ataque, para protegerla mejor, pero también porque Kael necesitaba tenerla cerca. No podía dejarla sola. No ahora.
—Deberías descansar —dijo él en voz baja.
—No quiero dormir —respondió Ariadna sin mirarlo—. Cada vez que cierro los ojos, veo a esa mujer, a los atacantes, a mí misma…
—A ti misma, despertando —completó Kael.
Ella giró hacia él. Sus ojos, intensos como lunas lilas, se detuvieron en los suyos.
—¿Te asusté?
Kael negó con la cabeza. Dio un paso hacia ella y se arrodilló frente al sillón donde ella estaba sentada.
—No. Me impresionaste. Me rompiste. Me hiciste sentir orgulloso… y aterrado al mismo tiempo.
Ella extendió una mano y rozó su mejilla.
—Yo también estoy asustada, Kael. De lo que soy. De lo que está vin