Subtítulo:
“Las sospechas dividen, pero la verdad puede romper para siempre.”
La fogata chisporroteaba en el centro del campamento, proyectando sombras alargadas sobre los rostros cansados de la manada. Nadie hablaba; el silencio era un enemigo más, uno que se metía en la piel y los obligaba a mirar de reojo a quienes hasta hacía poco eran hermanos.
Kael se mantenía en pie, los brazos cruzados, con el ceño fruncido y los ojos brillando como brasas. Cada fibra de su ser exigía respuestas, pero sabía que apresurarse sería tan peligroso como quedarse quieto.
Ariadna lo observaba desde la distancia. Podía sentir su rabia, pero también el peso insoportable que caía sobre él como alfa. Una manada dividida era una manada débil, y un enemigo interno podía ser más letal que cualquier rival externo.
—Necesitamos mantenernos juntos —dijo Ariadna, rompiendo el silencio. Su voz era suave, pero firme—. Si dejamos que la sospecha nos consuma, estaremos entregándole la victoria al traidor sin que mu