Natalia, al igual que Adrianna, tenía los mismos derechos de aceptar o rechazar un proyecto, siempre y cuando este no presentara el potencial que requería para una gran inversión. La palabra de ambas tenía la misma influencia que la de Ernesto.
—Adri, sabes que mi padre respetará, al igual que yo, tu decisión. Ahora ve y haz lo que creas conveniente para la empresa. —recordó Adrianna las palabras de Natalia mientras regresaba a la mansión. Miró a Ernesto y tragó el nudo formado en su garganta. A pesar de que su decisión sería respetada por él, sabía que no podía ir en contra de una resolución que tanto Ernesto como Lucrecia hubieran aprobado antes.
-Don Ernesto... lamento mucho el inconveniente con el señor Marccetti.
-Tranquila, hija. Natali me informó del asunto y decidimos no interferir en tu decisión. Sé que eres una mujer muy inteligente y capaz de reconocer cuando se equivoca.
-Gracias, don Ernesto. Pero no podía permitir que ustedes pierdan a un socio potencial.
-Si no era él,