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La sangre real solo para la reina

El Alfa se encontraba en la habitación de su luna sentado en una silla incómoda mientras le transfundían a ella su sangre. En verdad esperaba que se recuperara.

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— Hemos terminado Alfa, ya no podemos quitarle más o de lo contrario usted también correrá peligro, ahora solo queda esperar a que la reina reaccione favorablemente.

— Está bien. No la descuiden ni un solo momento, quiero que haya alguien haciendo guardia las veinticuatro horas del día. Y que me avisen de cualquier cambio.

El médico apenas iba a responder cuando el gran lobo se puso de pie y se desmayó, el había decidido dar lo más que pudiera de su sangre y ahora había quedado demasiado débil.

— ¡Rápido, recojan al rey y acuéstenlo en esta camilla de aquí, se lo dije Alfa, pero usted es tan obstinado! — Los doctores de inmediato le pusieron una intravenosa con medicamentos especiales. Si se les moría el líder de la manada eran lobos muertos.

Afortunadamente el rey se estabilizó pero no despertó por esa noche al igual que su luna.

En otra habitación, Esmeralda se había quedado esperando a que el Alfa fuera a preguntarle cómo seguía y que la consolara cariñosamente sobre lo sucedido con la sangre de la maldita luna que tenía, pero él nunca llegó y eso la puso furiosa.

Los primeros rayos del sol llegaron a la enorme y bella manada, Leonardo Salvatore tenía un carácter de los mil diablos pero era un excelente Alfa, siempre preocupado por hacer mejoras para su gente, tenían escuelas de alto nivel, laboratorios, hospital, y en su mayoría era autosustentable ya que sembraban todo tipo de granos y verduras además de criar ganado.

— Ahhh... ¿Qué diablos...?

— Buenos días Alfa, que bueno que ya despierta. Esperamos que ya se sienta mejor, ahora mismo le pediré el desayuno para que recupere energías. — El doctor que no se había movido de cuidar a sus reyes pronto fue a hablarle.

— ¿Por qué estoy en cama y con una canalización? ¡Esto... es ridículo, quitenme todo! — Pedía el enfadado licántropo.

— ¿Con que no lo recuerda, eh? Ahhh... Resultó que después de la transfusión de usted hacía su luna, apenas se levantó de la silla, usted sufrió un desmayo por debilidad, tuvimos que medicarlo y dejarlo descansar.

Para un guerrero como él, era una vergüenza haberse desmayado por algo tan insignificante, había peleado batallas sangrientas a muerte, muchas veces incluso quedó demasiado herido cuando se enfrentó a grandes ejércitos. Si sus hombres se enteraban su reputación quedaría dañada.

— ¿Qué pasa aquí? Leonardo, hasta allá afuera se escuchan tus gritos, debes dejar que el médico te atienda, te quitaron mucha sangre y es normal que te sientas débil. — El beta Patricio entraba para calmar a su Alfa y amigo.

— No me siento débil, ¡¿Quién dijo eso?! Patricio has que me quiten esto y me dejen levantar.

— Negativo, más bien te traeré algo para comer, debes reponerte lo más pronto posible, porque si los enemigos se enteran de que estás en cama son capaces de venir a declararnos la guerra.

— Es por esa razón que no puedo seguir aquí acostado.

— Por eso no te preocupes, he dicho que te quedaste toda la noche a cuidar de tu amada luna, que ella y tus cachorros son lo único que ahora te importa. — Había un poco de sarcasmo en las palabras del leal beta, el lobo salió antes de que su Alfa lo castigara por hablarle así.

Doctor, dígame, ¿Cómo está ella? Mi luna. — Leonardo fijaba su mirada en la pálida Alejandra, ella seguía inconsciente en la cama de al lado, una sábana blanca la cubría hasta los senos, ella lucía inmaculada y etérea.

— Desafortunadamente ella no despierta aún, ha pasado por mucho, y el tener a tres cachorros de Alfa en el vientre la debilita aún más... ¡Pero la buena noticia es que el sangrado ha parado, los latidos del corazón de los cachorritos son fuertes, confío en que la diosa luna nos hará el milagro de verlos nacer!

Leonardo se quedó perdido en sus pensamientos, de pronto se enteraba de que sería padre, sus hijos se estaban gestando y él solo quería protegerlos con su vida, un nuevo instinto protector había despertado en él hacía sus lobeznos, y sin darse cuenta hacia su luna también.

Por primera vez después de muchos años no se había acordado de Esmeralda y su salud, ella no le pasaba por la mente, en sus pensamientos solo estaban sus hijos y el deseo de que Alejandra se recuperase pronto.

— Ya estoy aquí, te traje algo de carne. — El beta regresó con una charola en mano que puso en el regazo de su Alfa.

— No, no tengo apetito. Comeré más tarde. — Leonardo no quería tocar la comida porque su luna no iba a comer y por ende tampoco sus cachorros.

— Sé lo que estás pensado, pero no es momento de ser débil, tienes unos hijos y una lucha por quien luchar, si tú estás mal, ¿Quién va a cuidar de ellos? Digo, estás tus hermanos, Pero...

— ¡Dejennos pasar! ¿Cómo se atreven siquiera a intentar detenernos? — Afuera los hermanos Salvatore ya hacían de las suyas.

— ¡Y aquí están, llamas al diablo y se hacen presentes! — El beta rodó los ojos. Petya, Damiano, y Angelino, ya estaban allí buscando a su hermano y a su cuñada.

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