Hace muchos años, la pequeña Destiny, de diez años, ajustaba la capucha de su abrigo. La noche en la estación de autobuses era fría. Tan cubierta, su rostro era una sombra. Incluso el golpe en su mejilla, causado por su madre unas horas antes, quedaba oculto. Había huido de casa, del lugar que no la quería.

—¿Qué haces ahí, pequeña? —Destiny, en la oscuridad, observó a la mujer a su lado. A pesar de todo, la desconocida no le inspiró la menor desconfianza.

—No hago nada —su voz sonó llena de enojo.

—No parece que no hicieras nada. ¿Acaso escapaste de casa? —Destiny se tensó, levantándose de su asiento, lista para huir en caso de que la mujer fuera una ladrona de niños.

—No lo hice, estoy esperando a mi madre. Ella vendrá pronto —dijo, sabiendo que era una mentira. Su madre nunca la buscaría, incluso podría jurar que había visto una nota de felicidad en su rostro cuando la vio irse. El pensamiento le causó un gran dolor.

—Ya veo. ¿Por qué estás enojada? —La voz de la mujer sonaba llena