El vuelo de regreso a Inglaterra había sido tranquilo, pero en cuanto el avión aterrizó en Londres, la atmósfera cambió. Dubái había sido una burbuja, un mundo aparte donde Katerina y Aaron habían compartido momentos que aún la hacían suspirar. Pero ahora, de vuelta en casa, la realidad la esperaba con los brazos abiertos.
Aaron no perdió tiempo. En cuanto salieron del aeropuerto, su asistente lo estaba esperando con informes y documentos importantes.
—Iré directamente a la empresa —le dijo mientras la acomodaba en el coche que la llevaría a la mansión—. Tómate el resto del día libre, descansa.
Katerina asintió, aunque parte de ella sintió un pequeño vacío cuando él se alejó.
El auto la dejó frente a la gran entrada de la mansión Morgan, y al cruzar las puertas, sintió que todo estaba en su lugar, como si nunca se hubiera ido. Pero ella sí había cambiado.
Subió a su habitación, dejó su bolso a un lado y se dejó caer sobre la cama con un suspiro. Estaba agotada, pero no por el viaje, s