Martín bajó con prisa, sujetando la maleta con fuerza, como si temiera soltarla. No perdió tiempo en contemplar el paisaje ni en descansar del viaje; llevaba la urgencia de encontrar a Sofía clavada en el pecho.
Avanzó con pasos largos hacia la floristería, guiado por la dirección que aún conservaba en la memoria. Apenas dobló la esquina, divisó el local abierto, con las ventanas adornadas de colores frescos y una fragancia floral que invadió sus sentidos, recordándole inevitablemente a Sofía.
Al entrar, la vio detrás del mostrador, acomodando unas flores blancas en un jarrón de cristal. El movimiento delicado de sus manos, el gesto sencillo con que ordenaba cada tallo, le produjo un nudo en la garganta. Por un segundo se quedó quieto, observándola, sin saber cómo dar el primer paso. Pero el brillo frío en los ojos de ella cuando lo reconoció, reventó de golpe la burbuja que él mismo había creado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Sofía con una mezcla de brusquedad y sequedad, dejando las fl