El resto del día, Gracia lo pasó trabajando en su taller. Le había prometido nuevas obras a Maximilien y no pensaba faltar a su palabra. Sin darse cuenta, la tarde se esfumó y la noche cayó.
Bajó al comedor justo cuando Antonia estaba sirviendo la mesa.
—La cena ya está lista, señora. ¿Desea que le sirva?
—Sí, Antonia, por favor. Pero… ¿podrías cenar conmigo? —preguntó en voz baja. La soledad en aquella enorme mansión empezaba a pesarle.
Antonia no dudó. Se sentó frente a ella y comenzaron a comer en silencio.
—Señora, el señor Maximilien suele llegar tarde. Está siempre muy ocupado. No se preocupe por esperarlo despierta. Muchas veces ni siquiera regresa, menos ahora que está expandiendo mucho más sus negocios internacionales.
—Ya me estoy dando cuenta, Antonia—respondió Gracia antes de llevarse un bocado a la boca. Suspiró, resignada. Su esposo era prácticamente una sombra en esa casa.
De pronto, su teléfono comenzó a sonar con insistencia. Frunció el ceño al ver el nombre en la pan