Gracia cerró la laptop y se frotó los ojos. Otra noche más en la oficina, sola, con la única compañía de su taza de café frío y el sonido lejano del tráfico nocturno. Afuera llovía. Las gotas resbalaban por la ventana como si el cielo supiera cuánto lo extrañaba.
Maximilien. Su Maximilien, suspiró con frsutración. A veces, se sorprendía volviendo a escribir su nombre en una esquina del cuaderno, como cuando estaba en el colegio. Lo escribía sin pensar, es que él no salía de sus pensamientos ni un solo instante.
Cada vez que lo visitaba en el hospital, se obligaba a sonreír. Le contaba cosas buenas, como si al llenar el silencio con historias alegres pudiera evitar que la tristeza se colara por las rendijas. Hablaba de trabajo, de los avances en los proyectos, de cómo los empleados preguntaban por él. Pero en el fondo, su voz temblaba, no era lo mismo.
Una tarde, después de dejar el hospital, Gracia decidió visitar a Genevieve. Hacía varios meses que no la veía, desde aquella vez que