Gracia se bajó de su auto frente a la mansión sin imaginar lo que se avecinaba. En cuestión de segundos, una avalancha de periodistas emergió desde los costados de la casa y se abalanzó sobre ella como aves de rapiña, rodeándola con cámaras, micrófonos y un torrente de preguntas.
—Señora Sanclemente, ¿qué relación tiene con el nuevo empresario de la ciudad? —preguntó una reportera, empujando su micrófono hasta casi rozarle el rostro.
Gracia alzó una mano intentando apartarlo, pero la mujer no cedía.
—Responda, señora Gracia, ¡es la honra de su marido la que está en juego!
—Estoy divorciada de Fernando —replicó ella con firmeza—. No tengo nada más que decir.
—Pero el empresario aseguró que usted es la razón por la que vino a la ciudad. ¿Existe acaso un romance oculto? —insistió otro periodista, acercándole su micrófono con tanta brusquedad que Gracia dio un paso atrás, demasiado incómoda.
—Por favor, soy una mujer divorciada. No tengo por qué dar explicaciones sobre mi vida privada —di