Gracia sentía que la sangre le hervía. No había otra persona, solo Fernando podía haber hecho algo así.
—¡Sí, Gracia! Fui yo, ¿y qué? —admitió él con descaro—. No puedo permitir que sigas casada con ese malnacido.
—¿Cómo pudiste, Fernando?
—Lo hice por ti, mi amor. Ahora ese desgraciado va a pedirte el divorcio, y por fin podrás estar conmigo sin ningún remordimiento. Lo hago por nuestra familia.
—¡Deja de decir estupideces! ¿Cuál familia? Estoy casada con Maximilien porque quiero estar con él, me alejé de ti porque ya no te amo. ¡Déjame en paz! ¿Qué parte no entiendes? —gritó, fuera de sí.
—Gracia, la que no entiende eres tú. Solo estoy tratando de recuperar lo que teníamos. Yo sé que estás molesta por lo de Mariana, y lo entiendo, pero ya te lo he dicho mil veces…
—¡Sí, ya lo sé! Que fue un error. Pero eso no cambia nada, ya no quiero nada contigo, no te metas en mi vida ni en mi matrimonio, ¿me oyes?
—Pobrecita, estás tan confundida… No quiero ni imaginar la presión que te pone tu