Maximilien ni siquiera pudo concebir en sueño esa noche. Se quedó despierto hasta el amanecer, deambulando por la casa en silencio, repasando cada rincón como un guardián paranoico. Al clarear, entró al cuarto, besó la frente de Gracia y de su hija, y salió hacia la comisaría. Esta vez lo hizo solo, sin guardaespaldas, sin chofer, no podía confiar en su esquema de seguridad.
***
Unos treinta minutos después, el llanto de Hope rompió la quietud de la habitación. Gracia abrió los ojos, adormilada, y de inmediato se sorprendió, normalmente era Maximilien quien se levantaba temprano para atender a la niña. Con el ceño fruncido, se incorporó y amamantó a la pequeña.
—¡Maximilien! —lo llamó mientras acariciaba el cabello fino de la bebé—. Amor, ¿en dónde estás?
El silencio fue absoluto. Nadie respondió. Frunció el ceño, tomó el celular de la mesa y lo encendió. Apenas el aparato comenzó a captar señal, el buzón de mensajes se llenó de notificaciones.
Sintió un vuelco en el corazón. Abrió e