La mudanza ya estaba casi lista. En cajas y maletas quedaba reducido todo lo que habían decidido llevar a China: apenas lo necesario para comenzar de cero. El resto se quedaría atrás, junto con los recuerdos buenos y malos que esa tierra les había dado.

Gracia, sin embargo, sentía un nudo que no la dejaba respirar. Antes de marcharse debía cerrar círculos, pedir perdón y perdonar, despedirse de quienes marcaron su vida y que ahora descansaban bajo la tierra. Esa mañana se acercó a Maximilien, que acomodaba algunos documentos en su estudio.

—Amor…Necesito que me acompañes a un lugar —dijo en voz baja.

Él levantó la mirada, vio la seriedad en sus ojos y asintió sin hacer preguntas.

En poco tiempo, el auto se detuvo frente al cementerio. El aire frío los envolvió. Maximilien salió primero, tomó a Hope en brazos y caminó junto a su esposa por el sendero de piedra. Gracia apretaba los puños, con la respiración temblorosa. Y entonces, allí estaban: tres tumbas alineadas, la de su madre, su