Maximilien regresó a la mansión y fue directo a la habitación principal. Revisó los armarios: la mayoría de las pertenencias de Gracia seguían allí; solo se había llevado unas pocas cosas, las mismas que había traído consigo.
Se sentó sobre la cama y recogió la tarjeta negra que él mismo le había dado. Sintió un amargo dolor en el pecho.
—Gracia, todo fue un malentendido —murmuró con pesar mientras marcaba su número, pero la llamada iba directo al buzón.
Se dirigió a su despacho, y pasó el resto de la tarde buscando junto a su asistente, pero era como si Gracia se hubiera desvanecido. Y es que ella se había encargado de que así fuera.
Al salir de la mansión, se puso unos lentes oscuros y un atuendo distinto, lo suficiente para pasar desapercibida. Se refugió en el pequeño departamento de Pandora, al menos mientras encontraba una solución.
La noche fue larga. Maximilien no pudo dormir. Apenas amaneció, volvió a llamarla, pero no obtuvo respuesta. Luego intentó con su padre, pero el señ