Gracia no había pegado el ojo en toda la noche. Pasar las madrugadas en vela se estaba volviendo rutina. Apenas asomó el primer rayo de sol, salió rumbo a la casa de su padre sin pensarlo dos veces.
Sabía lo que le esperaba. Se preparó para enfrentarlo, pero nada la preparó para lo que encontró al llegar.
Cuando la puerta se abrió, su padre ya la esperaba junto a María. Ambos la miraban con un desprecio tan evidente que dolía. Pero eso no era todo.
Detrás de ellos, en la sala, estaban los hermanos de su padre y varios primos. Todos la observaban como si ella hubiera traído la ruina sobre sus vidas.
—¿Qué es todo esto, papá? —preguntó, desconcertada, recorriendo los rostros con la mirada.
—Tu familia, Gracia. La misma que has arrastrado a la vergüenza con tus actos inmorales. ¿Acaso olvidas que todos ellos trabajan en mi empresa? Si tu esposo decide cortar el financiamiento, ¿sabes cuántas familias se quedan sin sustento? Nos moriríamos de hambre, perderíamos la vida que llevamos.
Grac