CAPÍTULO 13

Luna no se movió, ni cuando Andrey terminó de hablar, ni cuando sus ojos resplandecieron, como si una estrella dormida despertara dentro de ellos.

Se quedó allí, de pie, mirándolo, sintiendo que el suelo era un hilo delgado que podía romperse en cualquier momento. Y, sin embargo, no quería irse, no podía y no se fue.

Pudo hacerlo, pudo cerrar la puerta, fingir que aquello no estaba pasando y aferrarse al mundo lógico, al mundo cómodo, donde la gente no brillaba, ni hablaba de siglos pasados… Pero no lo hizo.

Solo lo miró un segundo más desde el umbral… y luego dio un paso dentro.

Andrey la observó como si eso fuera lo más valiente que alguien había hecho en siglos, y sin decir nada, terminó por cerrar la puerta tras ella.

El silencio los envolvió, en ese momento, la casa no tenía el frío de la noche, ni la distancia de una mansión vacía, tenía vida, memoria y ahora, respiraciones contenidas.

—Ven —dijo él finalmente, con la voz más baja que un susurro—. Hay algo que quiero mostrarte.

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