El sol de la tarde bañaba la majestuosa mansión de los Rossi en Calabria, cuando el silencio fue roto solo por el chirrido de los neumáticos sobre el gravel. La luz, sin embargo, no lograba disipar la tensión que, antes de descender de los vehículos, envolvía el ambiente como un manto pesado. El aroma a salvia y tomillo silvestre se mezclaba con el perfume de los cítricos del jardín, creando una atmósfera cargada de nostalgia y secretos familiares.
Isabella, Marco y Alessandro descendieron primero. Francesco los recibió en la entrada principal, con su postura rígida y la mirada gélida. Había visto las fotos del bautizo: sus ojos se clavaron de inmediato en Nick, que ayudaba a Fiorella tomándola de la mano, con una mezcla de resentimiento y resignación que casi se podía palpar.
Tras ellos, Chiara, Alessa y Charly, junto a los niños, caminaron hacia Francesco y saludaron. Él se inclinó para ver a la pequeña Gabi, quien con un gesto inocente le regaló una tierna sonrisa. Francesco sonrió