Habían pasado dos días desde la recaída de James.
Isabelle seguía sin poder verlo.
Las reglas del hospital eran estrictas, y su nombre no figuraba en la lista de familiares directos.
Aun así, no se había alejado.
Cada mañana se turnaba con Celeste para cuidar de Noah, que seguía en observación, recuperando fuerzas lentamente.
Ese mediodía, ambas estaban sentadas en el comedor del hospital privado.
La luz entraba por los ventanales con una calma engañosa.
El café estaba tibio.
La comida, apenas tocada.
Oliver se acercó con paso firme, pero con una expresión más relajada que en días anteriores.
—Buenas noticias —dijo, deteniéndose junto a la mesa—.
James está mejor.
Lo pasamos a una habitación.
Isabelle se incorporó de inmediato.
—¿En qué habitación?
Oliver respondió
—En la misma de Noah.
Cuando mi padre construyó este hospital, Gregory Moore pidió que se reservara una habitación especial para sus hijos.
Una suite doble, con acceso privado