El jardín detrás del salón estaba casi vacío. Las luces de los faroles temblaban con la brisa nocturna y el sonido lejano de música se escuchaba como si viniera de otro mundo. Isabelle seguía ahí, aún con la mirada perdida entre las sombras, junto a Marina, quien se mantenía a su lado en silencio.
—¿Quieres estar un momento sola? —preguntó ella con suavidad.
Isabelle asintió. Marina le acarició la espalda y se alejó sin preguntar más.
Minutos después, James apareció al borde del jardín. No hizo ruido al caminar. Isabelle lo vio, pero no se movió.
Él se detuvo a medio paso de ella.
—Debí saber que estarías aquí —dijo.
—No podía quedarme dentro —respondió ella, sin girarse aún.
James esperó. Luego dio un paso más.
—¿Estás bien?
Isabelle soltó una sonrisa triste.
—¿Eso importa?
James se acercó. Ahora los separaban apenas centímetros.
—Sí. Lo sigue haciendo. Aunque no debería.
Ella finalmente lo miró.
—Hoy fue como romperse por dentro… frente a todos.
James t