La iglesia estaba vestida de esplendor. Columnas cubiertas de flores blancas, candelabros centelleando con luz cálida, y músicos afinando cuerdas para envolver cada instante en elegancia. A los ojos del mundo, aquella boda era perfecta: exclusiva, impecable, digna de portada.
Los invitados se acomodaban entre murmullos, mientras las damas de honor intercambiaban miradas discretas. No eran miradas de emoción, sino de duda. Habían venido por Isabelle, sí, pero algo en el aire se sentía... equivocado.
James estaba ahí, junto al altar, con el rostro tenso, los puños cerrados. Cada respiración era una guerra interna. Al otro extremo, Celeste miraba el pasillo como si fuese una amenaza. Vestida con sofisticación, pero con el veneno ardiendo detrás de cada gesto.
Entonces las puertas se abrieron.
Isabelle apareció, sosteniendo su ramo. El vestido de novia abrazaba su silueta con delicadeza, y su caminar era lento, elegante, como si llevara siglos preparándose para ese momento. Pero s