El yate atracó en el muelle de Filey. La brisa salada golpeaba con fuerza, como si el mar quisiera cerrar el capítulo por sí mismo. Escoltas de la seguridad privada de James esperaban en tierra firme, listos para llevarse a Frank.
Antes de que lo bajaran, Noah se acercó, aún cojeando, con el saco que Damián le había entregado colgando de sus hombros. Su rostro estaba marcado por los golpes, pero su mirada era firme.
Frank lo vio venir y sonrió con cinismo.
—Mírate. El Moore que nunca debió existir.
Noah se detuvo frente a él, sin pestañear.
—Y tú, el hombre que no supo perder sin arrastrar a otros al fondo.
Frank ladeó la cabeza.
—¿Crees que esto se acaba aquí?
—No —respondió Noah—. Pero tú sí.
Frank soltó una risa seca.
—¿Vas a romperme tú también?
Noah se inclinó apenas, con voz baja.
—No necesito hacerlo. Ya estás roto. Solo que aún no lo sabes.
Frank lo miró, sin responder. Por primera vez, no tuvo una réplica.
Los escoltas se acercaron. Uno de ellos tomó a Frank por