El yate se alejaba con velocidad, convirtiéndose en una sombra diminuta entre las olas. El rugido de sus motores se perdía en la noche, dejando atrás solo oscuridad y agua helada.
Noah ya estaba en el mar. El impacto lo había aturdido, pero no lo había vencido. Con la navaja aún oculta entre sus dedos, comenzó a cortar las cuerdas que ataban sus muñecas, moviéndose con precisión, sin perder tiempo. El agua le mordía la piel, pero su mente solo pensaba en una cosa: Isabelle.
Giró en el agua, buscando. La vio a unos metros, hundiéndose lentamente, luchando por contener la respiración. Noah nadó con fuerza, ignorando el dolor en sus costillas, y la alcanzó justo a tiempo.
—Te tengo —murmuró, mientras la impulsaba hacia la superficie.
Isabelle emergió con un jadeo, temblando.
—Está helada… —dijo entre dientes, mientras el aire le quemaba los pulmones.
—Lo sé. Aguanta un poco más.
Noah la sostuvo con fuerza, manteniéndola a flote mientras cortaba las cuerdas de sus muñecas. L