El laboratorio estaba escondido entre dos calles tranquilas del centro de Bergen, discreto y sin pretensiones. Las chicas entraron con paso firme, aunque el silencio entre ellas hablaba más que cualquier palabra.
Una mujer de rostro amable recibió a Isabelle en la recepción. Tras llenar un breve formulario, la condujo a una pequeña sala blanca donde tomó la muestra de sangre con eficiencia.
—El resultado estará listo en diez minutos —dijo la mujer, con una sonrisa profesional—. Puedes esperar afuera.
Isabelle asintió, agradeció en voz baja y salió al pequeño jardín frente al edificio, donde Camille y Lucie ya la esperaban sentadas en una banca de madera.
Se sentó entre ellas, sin hablar. El aire frío le ayudaba a pensar, pero también le pesaba en el pecho. Camille tomó su mano. Lucie se limitó a apoyar la cabeza en su hombro.
Diez minutos después, la misma mujer salió con un sobre blanco en la mano. Se lo entregó a Isabelle con una mirada que decía más que cualquier palabra.