Los tres días siguientes a la llamada con Isabelle, James se mantuvo en silencio. No asistió a cenas, ni aceptó invitaciones. Se limitó a trabajar desde su oficina, revisando contratos, ajustando cifras, y evitando cualquier situación que pudiera alimentar rumores.
El miércoles por la mañana, mientras revisaba unos informes en la sala de juntas, Elena Voss entró con su habitual seguridad. Llevaba un vestido sobrio, pero su mirada era más inquisitiva que de costumbre.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo, sin rodeos.
James levantó la vista, sin dejar de escribir.
—Adelante.
—¿Por qué dejaste de salir de repente? —preguntó, cruzando los brazos—. Y no me digas que es por trabajo. Te he visto trabajar igual de duro antes… y aún así salías.
James cerró el documento con calma.
—No quiero causar malos entendidos. Hay alguien en York que me importa. No quiero que piense que estoy buscando algo más aquí.
Elena lo observó en silencio. Su expresión no era de sorpresa, pero sí de incom