—Aló, Alexis, ¿Estás allí? —preguntó Piero en tono desesperado, se dio cuenta de que la llamada se había cortado y lanzó una maldición con impotencia—, ¡Maldit4 sea! ¡Esto no puede estar pasando! Parece una pesadilla —dijo pasándose la mano por la cabeza con una evidente expresión de angustia, pero eran tantas las cosas que tenía en la cabeza que en ese momento no podía pensar con claridad.No pudo evitar que el teléfono resbalara de sus manos y cayera con un suave golpe sobre el cojín a su lado. Eletta, leyendo su expresión retorcida como si fueran las páginas de un libro abierto, sintió que una espiral de tensión le envolvía la columna vertebral. Llegó a su lado en tres rápidas zancadas, con la voz apenas por encima de un susurro.—¿Qué ocurrió tío? ¿Qué te dijeron? —preguntó sin contener su expresión de preocupación en su mirada.—Es Tanya —, se atragantó, las palabras cargadas de una pena y un remordimiento demasiado profunda para soportarla —. Está muerta.A Eletta se le fue el
Una sonrisa jugueteó en las comisuras de los labios de Piero, una sombra fugaz de diversión.Sus ojos, fríos y calculadores, no delataban nada de la alegría que curvaba sus labios. Ludovica, siempre la actriz, pensó. Su audacia para inventar historias era tan ilimitada como el océano, e igual de predecible.—¡Tráela! —, ordenó Piero, las palabras rodando por su lengua como si fueran canicas.Terminó la llamada con un golpecito deliberado, cuyo sonido resonó ligeramente en el silencio.La sonrisa de satisfacción permaneció en su rostro mientras imaginaba a Ludovica como el ratón siendo perseguido por el gato. Estaba seguro de que se iba a desesperar, cuando viera que las cosas no saldrían como ella quería. No pudo evitar imaginarla, como un ratón atrapado en su elaborado laberinto.Y cómo él disfrutaba del juego, lo haría. No se trataba solo de ganar, sino de saborear cada chillido desesperado, cada intento inútil de escapar.La dejaría escabullirse un poco más; el miedo hacía que el
Los miembros de Eletta la traicionaron, pesados y poco cooperativos, mientras luchó contra la atracción de la gravedad, en un intento de levantarse.Su visión se arremolinó, un caleidoscopio de luces y, con ella, su sentido del equilibrio se tambaleó al borde de la existencia. Fue entonces cuando una sombra se acercó a ella, al alzar la vista era un hombre que se materializó en la bruma de su visión. Le agarró el brazo con una familiaridad inoportuna.Ella parpadeó y lo miró, con los ojos entrecerrados en una línea dura, como una demanda silenciosa de la identidad del desconocido. Pero sus pensamientos eran lentos, hundidos en el alcohol que llenaba sus venas y su cuerpo se negó a obedecer la urgente orden de retroceder, de huir.En lugar de eso, vaciló bajo su agarre, frunció el ceño, intentando aún localizar su rostro en algún lugar de su memoria, pero no lo encontró.Entonces él sonrió, un destello de dientes depredadores que provocó en Eletta un escalofrío, incluso a pesar del ent
Eletta, aún inmersa en su terror, se encogió en el sofá, sus lágrimas mezclándose con el shock y la confusión. Observó con temor esa violencia redentora, sin saber si agradecer o temer al salvador que había surgido de la nada.Sus sollozos se mezclaron con los gruñidos de la lucha que se estaba desatando ante ella, una sinfonía grotesca que cantaba un conflicto entre salvajismo y civilidad.Su defensor, cuyos músculos parecían forjados en las fraguas de la ira divina, no mostró signo alguno de fatiga. Con cada golpe que le propinó su respiración se volvió más profunda y su determinación más acerada. El hombre que había agredido a Eletta intentó vanamente cubrirse el rostro, sin embargo, los brazos que antes utilizó para someter a Eletta ahora eran inútiles frente a la furia implacable de su oponente.Finalmente, tras una última serie de golpes que retumbaron en las paredes del apartamento como un anuncio del juicio final, el atacante cayó al suelo, inconsciente o quizá peor. Su defe
Los hombres caminaron siendo precedidos por Ludovica, quien se había trasladado en completo silencio mientras hacían el recorrido en el auto, solo interrumpido por sus esporádicos sollozos y así comenzó a recorrer el pasillo del hospital hasta que vio la figura de Piero. Enseguida empezó su actuación, comenzó a llorar como una mujer angustiada, corrió hacia él y se agarró a sus brazos.—Piero… qué alivio verte ¿Dime cómo están mi marido y mi hijo? —preguntó sin ocultar la preocupación en su rostro.Piero sintió que su cuerpo se crispó ante el contacto de la mujer, sabía que era una buena actriz, por eso no le sorprendía que todo el mundo terminara creyéndole, sin embargo, él también podía jugar a su mismo juego.Fingiendo una sonrisa de amabilidad le respondió, separándola un poco de él.—Están bien —le aseguró y fingiendo una preocupación por ella que no sentía, le hizo una propuesta—, ahora pienso que debes ser tú quien reciba atención, Ludovica, los médicos te van a hacer una rev
Paul apenas había pegado un ojo durante toda la noche y es que no podía dejar de ver a Eletta, tenía una extraña sensación, era como una mezcla de ansiedad, euforia, y aunque le costaba admitirlo le encantaba tenerla en su cama.“Claro que mejor habría sido tenerla en la cama por otra cosa y no pasando la borrachera”, le dijo su conciencia y él dio un gruñido molesto.Lo que no podía negar, es que mientras más la miraba, más le gustaba y eso lo estaba enloqueciendo. Había sido difícil tener que despojarla del resto de su ropa la noche anterior y limpiarla por encima con una toalla húmeda, para quitarle cualquier rastro de ese hombre en su piel, sin ver mientras se moría por verla, pero jamás se aprovecharía de ella en esa condición.En ese momento, se oyeron unos ruidos en la habitación y la voz de su primo se escuchó hablar en tono de burla.—La vas a desgastar de tanto verla.Se giró hacia él molesto.—Ya veo que mis pobres tíos perdieron su tiempo educándote, una puerta si está cer
Paul vio por su expresión que estaba hablando en serio, suspiró porque él había pensado en tenerla controlada en solo unos segundos, y ahora estaba allí rogándole para que no lo descubriera.—No seas mala… me lo debes, te salvé. Porque ahora en vez de estar allí altanera conmigo, y satisfecha, estarías llorando y maltratada por un violador. Además, sé que estás huyendo de tu familia, si no me cubres llamaré a tu familia y le diré que pasaste la noche conmigo, retozando —pronunció y ella lo miró con rabia.Por un momento se mantuvieron en silencio, la tensión se cortaba con un cuchillo mientras ambos sostenían la mirada fijamente. En la puerta Alexis seguía insistiendo para que le abriera.—¡Por Dios Paul! ¿Será que puedes apurarte? ¡No tengo todo el día!Mientras su padre pedía a gritos que le abriera, él seguía rogándole a Eletta.—No me digas que no, sabes el gran problema familiar que provocarías si dices que estás aquí, además mi papá llamaría a tu tío Piero y en menos de diez m
En ese momento un golpe en la puerta los sacó de su conversación y apareció Malcolm.—¿Estás presentable? —preguntó el chico.—Malcolm, debiste esperar que te respondiera, además, Eletta no está vestida —protestó Paul.—¡No me jodas Paul! Me tuve que ir a dormir a otra parte, y tampoco puedo entrar a la habitación a ducharme y a buscar ropa para vestirme. La próxima vez me quedo en otro lado, ¡Eres el peor compañero de habitación que existe! Y en cuanto a la ropa de Eletta, puedes pedirle a recepción que te mande algo de la tienda —propuso y Paul frunció el ceño.—¿Y qué van a decir que estoy pidiendo ropa de mujer? Además, mi papá se va a dar cuenta de que sigo con una chica en la habitación. Mejor ayúdame tú —pidió a su primo, pero este lo miró molesto.—Ah, no, y que digan que yo uso ropa de mujer. Y estás equivocado si crees que le puedes ocultar las cosas a mi tío. Cuando tú vas ya él ha ido por lo menos tres veces, ese debe saber con quién estás y hasta los datos de Eletta y sus