El resto del fin de semana transcurrió en una tregua gélida. Sofía, fiel a su nueva táctica, era un modelo de amabilidad delante de Jared, pero en cuanto él salía de la habitación, su sonrisa se desvanecía y el aire se volvía cortante. Isabel aguantó, jugando el mismo juego, devolviéndole sonrisas falsas y una cortesía impecable. Era agotador.
Llegó el martes por la noche. Isabel fue a casa de Jared para cenar. Al entrar, notó que algo había cambiado. Él no la recibió con su habitual beso apasionado. Su abrazo fue breve, su sonrisa, forzada.
—¿Pasa algo? —preguntó ella mientras dejaba su bolso.
—No. Nada. Trabajo —respondió él, demasiado rápido.
Pero durante la cena, su distracción era evidente. Estaba callado, con la mirada perdida. Isabel sabía que no era el trabajo. Esto era diferente. Era una herida.
Después de cenar, sentados en el sofá, ella decidió confrontarlo con la misma gentileza que él le había mostrado a ella.
—Jared. Mírame —le dijo en voz baja. Él levantó la vista—