La primera luz del domingo se filtró a través de las cortinas de lino, pintando la habitación de un tono suave y dorado. El primer sonido no fue el de las olas, sino el de una respiración tranquila y profunda.
Jared se despertó primero. No supo qué hora era, y no le importó. Lo único que importaba era la mujer que dormía plácidamente sobre su pecho, su mejilla apoyada justo encima de su corazón, un brazo perezosamente echado sobre su cintura.
No se movió. Se quedó completamente quieto, temeroso de romper el hechizo. La observó dormir con una ternura inmensa que le suavizó todas las facciones. Vio la forma en que sus pestañas oscurecían sus pómulos, la pequeña curva de sus labios entreabiertos, la forma en que un mechón de su pelo rubio caía sobre su frente. Parecía increíblemente joven, vulnerable y, en ese momento, completamente suya. Sintió una oleada de afecto tan intensa que fue casi dolorosa.
Pasaron los minutos. Isabel comenzó a removerse lentamente, un murmullo suave escapándose