El paseo de vuelta al hotel desde el bar fue silencioso. No era un silencio incómodo, sino uno lleno de una tensión expectante, una electricidad que crepitaba en el aire cálido de la noche. Caminaban de la mano, sus dedos entrelazados con una nueva firmeza que era una promesa en sí misma. El sonido de sus pasos sobre las calles empedradas de Puerto Coral y el murmullo lejano de las olas eran la única banda sonora de su procesión silenciosa hacia la habitación. Cada roce de sus brazos era una descarga, cada mirada robada bajo la luz de los faroles, una confesión.
Jared abrió la puerta de "La Posada del Mar". El aire de la habitación era fresco y olía a sábanas limpias y a la sal que se colaba desde el mar. Isabel entró primero, y el suave clic del cerrojo al cerrarse resonó en el silencio. Fue un punto final a la noche pública y el prólogo de la noche privada que estaba a punto de comenzar.
Él la acorraló suavemente contra la pared y la besó, un beso apasionado, hambriento, que sabía