El club de yates era un espectáculo de elegancia y luz. Terrazas de madera blanca se extendían hacia el mar, iluminadas por antorchas y guirnaldas de luces cálidas que se reflejaban en el agua oscura. La brisa marina traía consigo el olor a sal y el sonido de una banda de jazz latino que tocaba suavemente en un rincón. Decenas de personas, todas vestidas de un blanco impecable, charlaban y reían, con copas de champán en la mano.
Cuando Isabel y Jared entraron, tomados del brazo, las cabezas se giraron. Isabel, siempre había mantenido un perfil bajo, y esta noche era el centro de todas las miradas. Su llegada, radiante en su vestido blanco, acompañada por un hombre alto e imponente, fue una declaración.
Sintió el peso de las miradas curiosas, escuchó los murmullos. Pero la mano de Jared, firme en la parte baja de su espalda, era un ancla. Caminó con la cabeza alta, con una sonrisa serena, sintiéndose una reina protegida por su mejor guardia.
Vieron a su grupo de amigas en una de las mej