El sábado por la tarde, un silencio tenso se había apoderado de la casa de Isabel. La luz dorada se colaba por los ventanales, pero ella no la notaba. Estaba de pie frente a su armario abierto, con una copa de vino en la mano, mirando la hilera de ropa como si fuera un arsenal.
Estaba nerviosa.
Era un nerviosismo diferente al de la primera barbacoa. Aquello había sido pánico puro, una reacción de huida. Esto era diferente. Era la adrenalina de un soldado antes de una batalla planificada. Sabía a lo que se enfrentaba: a las miradas curiosas de sus amigos, a la presencia inevitable de Alexis, y a la presentación oficial de Jared como el hombre que ocupaba su vida. No iba a huir. Pero su corazón latía con una fuerza que le hacía vibrar el pecho.
Puedes hacer esto, Isabel, se dijo a sí misma, tomando un sorbo de vino. Respira. Es solo una fiesta. Verás a Alexis. Él te verá con Jared. Y el mundo no se va a acabar. Al contrario. Tu mundo está empezando.
Su mirada recorrió las opciones. Podrí