Alexis se fue. La puerta del café se cerró detrás de él, pero sus últimas palabras quedaron flotando en el aire, venenosas y llenas de una nostalgia que era una trampa. Las cosas reales no desaparecen tan fácilmente.
Isabel se quedó inmóvil, mirando la silla vacía frente a ella. Sintió una oleada de furia helada. Furia con él, por su audacia, por perturbar su paz con una elegancia tan cruel. Y furia con ella misma, por la forma en que su corazón había traicionado a su cabeza, por el pánico que la había hecho huir de la fiesta, por la vulnerabilidad que él todavía era capaz de provocarle.
Podría llorar. Podría llamar a Jared y buscar refugio en su voz. Podría huir de nuevo.
Pero no hizo nada de eso.
Lentamente, su espalda se enderezó. Su barbilla se alzó. La expresión de shock en su rostro fue reemplazada por una máscara de fría compostura. Levantó una mano y, con un gesto nítido y decidido, llamó la atención del camarero que la había intentado atender antes.
El joven se acercó, esta ve