Jared estaba en el umbral de su puerta, completamente sorprendido, su rostro una mezcla de confusión y preocupación. —Isabel... —empezó a decir—. ¿Estás bien?
Ella no respondió con palabras.
En un movimiento que nació de la pura necesidad, del fuego del whisky y de la tormenta de su corazón, acortó la distancia entre ellos y se aferró a él. Sus manos se enredaron en su camiseta, y lo besó.
Fue un beso desesperado, casi hambriento. No era un beso tierno, era un intento de anclarse a algo sólido en medio de un naufragio, un esfuerzo por silenciar con la fuerza de sus labios el eco de la voz de Alexis en su cabeza.
Jared, sorprendido al principio, le devolvió el beso, pero pudo sentir el pánico en ella, la urgencia que no era solo deseo. Fue él quien, con una suavidad infinita, tomó su rostro entre sus manos y rompió el beso para mirarla a los ojos. Estaban desorbitados, llenos de una emoción que no supo descifrar.
—Isabel, para —susurró, su voz era una mezcla de preocupación y afecto—. ¿