La noticia en la pantalla del portátil era una bomba de relojería que acababa de explotar en la cara de sus enemigos. En la sala de guerra de la casa de Isabel, el ambiente no era de celebración ruidosa, sino de una calma depredadora. La presa había caído en la trampa. Ahora era el momento de ir a por el cazador.
Samanta, desde la pantalla, soltó una carcajada de pura incredulidad. —¡Lo han hecho! ¡Se han suicidado públicamente!
—La arrogancia es predecible —dijo Jared, pero su mirada no estaba en la pantalla, sino en Isabel, con una expresión de absoluto asombro.
Isabel no sonrió. Su rostro era una máscara de concentración glacial. Cerró el portátil con un movimiento decidido. Se levantó.
—Samanta, averigua quién es el editor jefe de "El Informador Financiero". Consígueme una reunión. Para esta tarde. Diles que es sobre su artículo de Omnia Corp y que tengo una exclusiva que no querrán perderse.
—¿Crees que te recibirán? —dudó Samanta.
—Oh, sí —respondió Isabel, su voz era un susurro