Era viernes por la mañana. La sala de guerra en casa de Isabel estaba en un silencio tenso. Ella, Jared y Samanta (en la pantalla) miraban el correo que acababa de ser enviado al CEO de Omnia Corp. Era la apuesta más grande de la carrera de Isabel.
—¡Estás completamente loca! —exclamó Samanta, su voz una mezcla de pánico y admiración—. ¿Cómo se te ocurre enviarle eso al CEO de una de las corporaciones más grandes del mundo? ¡Podría destruirnos con una sola llamada!
—Tranquila, Samanta —dijo Jared, su calma era un contrapunto a la de su socia—. Ha sido la jugada perfecta. Un cobarde se defiende. Un líder ataca. Y el señor Durán es un líder. Entenderá el idioma.
Isabel no dijo nada. Se levantó y fue a por una taza de café, sus manos sorprendentemente firmes. Sentía una corriente de adrenalina helada recorriéndola. Había puesto todas sus fichas sobre la mesa.
Pasaron diez minutos que parecieron una eternidad. Cada vez que su portátil emitía un sonido, los tres se sobresaltaban. Y entonce