Había pasado un mes de una paz casi irreal. La vida de Isabel y Jared se había asentado en una feliz normalidad. El proyecto de buscar "su" casa se había convertido en su pasatiempo favorito, una excusa para soñar despiertos los fines de semana, explorando barrios y debatiendo sobre el color de las paredes de un futuro que ya daban por hecho.
Ese viernes por la noche, para celebrar el final de una semana exitosa, Jared la había llevado a "El Convento", un nuevo restaurante en el corazón del Casco Antiguo. El lugar era un susurro de historia y elegancia: un antiguo patio de convento restaurado, con paredes de piedra, arcos de medio punto y un techo de estrellas. La luz de las velas bailaba sobre las mesas, y el sonido de una guitarra española flotaba en el aire.
—Ok, esta casa la apruebo —bromeó Isabel en voz baja, mirando a su alrededor—. Podríamos mudarnos aquí.
—Ya lo he preguntado —le siguió el juego Jared, tomando su mano sobre la mesa—. Al parecer, tienen una política estricta