CLARIS:
La furia en los ojos de Ángela era casi palpable, encendiendo el ambiente con un calor que parecía intensificarse con cada uno de sus gritos. Mis cachorros, aún pequeños, continuaban gruñendo; les bastaba una sola mirada mía para mantenerse en su lugar, aunque listos para defenderme a la más mínima señal.
—Si algo he aprendido, Ángela, es a no prestar demasiada atención a los reclamos absurdos —dije con una sonrisa helada, dejando que mi tono cortante recorriera la sala. Avancé un paso con calma, cruzando los brazos frente a ellas—. No está claro para mí qué fantasías has tejido, pero deberías tener cuidado con lo que dices. Clara Eliza se acercó a su hermana de inmediato, poniéndole una mano temblorosa en el brazo, intentando calmarla, aunque también era evidente que temí