Hospital Santa María delle Grazie – Florencia
El silencio en la habitación era espeso como la penumbra de la madrugada. Las flores frescas en el jarrón de la mesita al lado de la cama contrastaban con la palidez de Nonna Vittoria. Su rostro, tan sereno a pesar de la herida, se volvió hacia la puerta apenas se abrió.
Greco entró, solo, con el rostro duro pero los ojos cubiertos por una tormenta que ni él sabía nombrar. El sonido de sus zapatos sobre el suelo aséptico del hospital resonó con cada paso que lo acercaba a su abuela.
—Nonna… —murmuró, deteniéndose al borde de la cama.
Ella giró lentamente su cabeza. Tenía una venda en el hombro izquierdo y el brazo inmovilizado. Su voz salió suave, cargada de ternura.
—Mi Greco… pensé que ibas a tardar más.
Él se agachó y besó su frente, con una lentitud que dolía.
—Perdóname —dijo, sin levantar la mirada—. No debí dejar que esto pasara. Ellos fueron por ti… por protegerla a ella.
—Lo sé —susurró Nonna—. Pero eso no fue tu culpa. Fue su ele