La noche había sido densa. Greco apenas durmió, si es que en algún momento cerró los ojos. Afuera, el amanecer apenas despuntaba, tiñendo el cielo de un gris opaco. Dante entró en la habitación con paso decidido.
—Tenemos que movernos, Greco —dijo con tono firme—. Ya estamos en las afueras. Hay casas que cumplen con lo que buscabas. Silencio. Espacio. Anonimato. Podemos alquilar una y establecer una base segura.
Greco se alzó del borde de la cama, se colocó la camisa a medio abotonar y asintió.
—Vamos a revisar las opciones. Pero no bajemos la guardia. Todo tiene que parecer natural.
---
Fueron recorriendo las calles del pequeño pueblo costero donde ahora se escondían. Casas de paredes claras, ventanas floreadas, voces cálidas de vecinos que se saludaban al pasar. Parecía el último lugar donde alguien imaginaría que se refugia un mafioso buscando a su esposa desaparecida.
En el camino, se detuvieron frente a una casa con un jardín silvestre. El cartel de “se alquila” colgaba torcido.