Las puertas del ascensor se deslizan con un suave pitido cuando llega al primer sótano. Grigori deja escapar un suspiro pesado mientras se adentra en el estacionamiento subterráneo, aun sosteniendo el teléfono contra su oído.
—¿Cómo demonios conseguiste mi número? —pregunta con voz seca, mientras sus pasos resuenan en el suelo de concreto dentro del solitario espacio.
Del otro lado de la línea, Arman suelta un resoplido molesto ante su pregunta.
—¿Eso es todo lo que tienes para decir? —reprocha mientras deja salir un nuevo bufido.
Grigori no responde de inmediato a sus palabras. Apretando la mandíbula, solo camina hasta su auto, un elegante sedán azul estacionado cerca de la salida. Antes de abrir la puerta, apoya una mano sobre el techo y con la otra masajea el puente de su nariz, intentando reunir la paciencia suficiente para poder sostener esa conversación.
Cuando vuelve a hablar, su tono es grave y definitivo.
—Dime algo, Arman… ¿qué es exactamente lo que quieres escuchar? ¿