Para cuando el Jeep se detiene frente a la Romanovskaya, esta se muestra totalmente en calma. La luna se encuentra brillando en lo alto, iluminando tenuemente el camino de piedra que conduce a la entrada principal. Apenas el motor se apaga, Layeska desabrocha su cinturón y cuando Anastasia le abre la puerta, no duda en saltar fuera del vehículo con una energía que ambos adultos consideran inagotable, abrazando contra su pecho el gran peluche de unicornio que Dmitry le ganó en los juegos del tiro al blanco en la feria.
—¡Tía Vera! —grita con entusiasmo mientras cruza la entrada y abre la puerta de la casa a toda velocidad—. ¡Mira lo que papi me ganó!
Su vocecita emocionada, resuena en la sala, pero no obtiene una respuesta inmediata. Al no encontrar a nadie en la estancia, Layeska frunce ligeramente el ceño y parpadea, mirando a su alrededor. La casa está cálida y acogedora, pero vacía. Haciendo memoria, recuerda que Inna llamó a Vera para avisarle que irían hasta allá, por lo que, nor